Hedor a chamusquina y cortinas de humo (el “Caso Windsor”).
Sabido es por todos que huelgan ejemplos a lo largo de la historia de la realidad superando con creces a la ficción. Pero mucho me temo que en el caso que acaparó nuestra atención televisiva en los días siguientes a la madrugada del 12 al 13 de febrero del 2005, nos quedaremos con la duda de saber si esta vez se volvería a cumplir la máxima o, por el contrario, correspondería el turno a la excepción de la misma. La noche con su telón de sombras se prestó como escenario y remarcó, más si cabe, la espectacularidad del incendio en la capital, cual mastodóntica antorcha. Más de uno y una habrían rememorado a
Steve McQueen y
Paul Newman en las más agónicas escenas de "El coloso en llamas" de no ser porque permanece aún fresca la sobresaltada jornada del 11-S. Acontecimientos de esta índole, de esos que rompen con el rutinario, robótico
way of life urbanita, hacen saltar los resortes fabuladores de nuestras mentes. Así, algunos quisieron ver lo que quisieron ver... y se fueron para cama embriagados con el misterio y el hervor de la fantasía. Nada de malo en ello. Y nada que ver con el oficio de los otros, los de siempre y los de nunca por gozar de la patente del anonimato –los superiores desconocidos- que, fieles a su guión, trataron de echar arena al ojo indiscreto, ese que en los últimos años nos acerca más que ningún anticipado profesional de la información al pie del cañón de la imprevisible actualidad, el de la tecnología al servicio doméstico. Poco hay más aséptico e incómodo en ocasiones que el objetivo de una videocámara.
Las dudas se agolparon ante todos los que siguieron el hilo de las investigaciones e informaciones que los medios sirvieron a cuentagotas. No se trata de un listado exhaustivo ni guarda orden de preferencia alguno:
¿Por qué el Ministerio de Defensa -con Bono a la cabeza en ese momento- hizo público un comunicado en el que negaba que se custodiasen documentos reservados o sensibles en el edificio cuando, con posterioridad, el Juzgado de Instrucción nº 28 de Madrid, encargado de este caso, autorizó a la empresa mercantil Comparex España el acceso a la cuarta planta con el fin de extraer “documentos reservados del Ministerio de Defensa” –documentación guardada en una caja fuerte ignífuga-?
¿Por qué la auditora Deloitte insistió en que ninguno de sus empleados se hallaba en el edificio Windsor si cinco días después –18 de febrero- la policía tomó declaración a una traductora de Deloitte presente en el edificio -¡a las 23:30 h. en pleno fin de semana!- cuando se dio la orden de desalojo?
¿Cómo se concilia el informe de la Policía Judicial en el que, basándose en el vídeo grabado por Enriqueta Fernández y su marido Carlos Just, concluye que dos personas permanecieron dentro del Windsor durante el incendio -y más de 3 horas después de ser oficialmente desalojado- con el posterior de los Bomberos a cargo de Medardo Tudela en el que, refutando el de la Policía Judicial, defiende la teoría de la ilusión visual aplicando con calzador las leyes del fenómeno de reflexión óptica?
¿Por qué a la llamada del mismo matrimonio al 112 de Madrid a las 3: 52 h. del 13/02/05 -registrada como toda llamada a la Central de Emergencias madrileña- se le dio por respuesta automática que eran bomberos sin ser derivada la consulta, por protocolo, a las autoridades pertinentes?
¿Por qué ningún miembro del cordón de seguridad se percató del forzamiento de una puerta en el sótano segundo del subterráneo de Azca ni de la manipulación de una segunda puerta en el piso segundo?
Algunas fuentes han facilitado la información de que dos de los cuatro vigilantes de la empresa Prosegur podrían estar desempeñando sus funciones en condiciones irregulares o sin contrato. ¿Es posible tamaña irresponsabilidad en una empresa de seguridad?
Dudas, inconsistencias y contradicciones. Congratúlemonos de que al final de todo este pasillo de sombras y apariencias pueda quizá haber agazapado como un ladrón de verdades el ojo frío y sin párpados de cualquier videocámara.