miércoles, 22 de octubre de 2008


Se abre el telón.




Año 2008. Se abre el telón. ¿Título de la película? Supongo que muchos, desde la perspectiva que ofrece este mes de octubre, habrán evocado alguno en el que aflore de una manera u otra el sentir mediático predominante: el de crisis. Crisis económica. Crisis energética. Crisis de valores. Crisis medioambiental... Crisis. Todas juntas, todas a la vez.

Y todos nosotros en el papel de testigos. Como una generalidad asistiendo de manera presencial a una bajada de defensas del sistema tal, que una gama de virus con potencialidad letal comienza a adueñarse del mismo. A adueñarse de los temas de conversación, del bombo y el platillo de los mass media, del rictus -del que imaginamos adivinar algunas causas- de aquellos que nos cruzamos de frente... del miedo, en definitiva. La crisis policéfala, como una hidra a la que intentasen aplacar los más altos estamentos político-económico-sociales cuales cabezas de otra hidra anti-cuerpo. En lo económico, el dinero se ha visto multiplicado como panes y peces en anotaciones contables que han dejado de sustentarse en bases de valores reales actuales para participar -en el "ya" y el "ahora"- de valores futuribles acrecentados, esto es, la generación de una deuda insostenible. En lo energético hemos comenzado a atisbar y a constatar que el exceso de demanda hace más patente si cabe el carácter finito de los recursos. Sabemos que el peak energético ocurrirá, tal vez más gradual que repentinamente, pero no sabemos cuándo será el punto definitivo de inflexión ni si nos hallamos, de facto, en los prolegómenos del irreversible proceso. En lo relativo a la decadencia de valores, llegados ya seguramente a un nivel de opulencia impúdica, hemos optado por cabalgar la cresta de la ola... y atrás hemos dejado esencias que cuanto más alejadas han quedado, a su vez, más olvidadas han permanecido. Y a nada ayudan en su rescate el obsceno ejemplo diario de una sociedad apolillada ni el de sus gobernantes, referentes insoslayables de las generaciones incipientes. En lo medioambiental, enfrascados en el debate de si ha tenido o no algo o mucho que ver la mano humana y con las sucesivas prórrogas autoconcedidas por las naciones más poderosas y contaminantes, recelamos de que la capacidad de adaptación del ser humano siga siendo viable bajo determinadas condiciones.

Todo esto, en definitiva, para seguir obviando los dos ejes sobre los que rotan las cabezas de esta hidra. Uno de carácter demográfico-colectivo y el otro espiritual-individual: la superpoblación y la codicia. Los dos grandes males que aquejan al mundo desde que éste dicidió sublimar aquel genético mandato de "creced y multiplicaos, poblad la tierra y sometedla..." Malthus expuso en su día un punto clave que hoy más de 6000 millones de seres en el planeta evidencian. Y sólo el drama en mayor o menor grado puede poner coto a esta tendencia de incremento exponencial, ya sea a través de medidas dictatoriales de control de la natalidad, epidemias masivas, la proliferación de guerras, un accidente cósmico-planetario... o la propia escasez de por sí. En materia económica se estudia que las necesidades nacen por dos causas: la supervivencia en un primer momento y el placer con posterioridad. Igualmente que la apetencia viene a ser ilimitada -la codicia plasmada por la propia ciencia económica- mientras los recursos, inexorablemente, escasos. Apostemos porque algún día, más pronto que tarde, las distintas ramificaciones policéfalas de la hidra anti-cuerpo dejen de soslayar las causas y afronten el tratamiento del origen como alternativa terapéutica al suministro de analgésicos, parches de morfina para un sistema metastásico. O, de lo contrario, tal vez sea ya demasiado tarde. En tal caso, cerraremos el telón -con él nuestros ojos- y soñaremos que somos esporas, viajeras atemporales. Y desearemos lo que Stephen Hawking preconiza a día de hoy: que el futuro está en el espacio.